El entorno más culto del mundo
Bruno Marcos
Hoy estaban estudiando a Bécquer y eran una imagen extraña y hermosa. Verles con sus chándales multicolores, sus caras de sueño y sus peinados neopunk, pensando en Bécquer hacía creer que tenían algo de clásicos. Recitaban, con torpeza, los poemas del enamorado un poco tonto, altivo ante los desplantes de esas extrañas damas de antaño.
Les he dejado la hora entera para que lo repasasen sin dejar de caer en mi empalagosa superioridad de profesor, por un momento, explicando a Bécquer aunque no sea de mi disciplina. Luego me he inhibido en mis recuerdos. Con cuánta pasión leí yo a su edad esos poemas, que sin querer, me salen, ante ellos, de memoria. Ahora me dan igual, realmente son como el amor. Sólo rescataría su nostalgia que no es audible para ellos. Hacen bien, esperan la experiencia, no como nosotros, nostálgicos de lo que aún no habíamos vivido, seguramente expresábamos una carencia del presente.
Luego entré de improviso en la biblioteca y los encontré callados mientras veían una película histórica de Alejandro Magno. Realmente hay días que podría pensar que se trata del entorno más encantador del mundo. ¿Para qué la vida cultural?¿Las presentaciones de libros?¿Las inauguraciones de exposiciones?¿Las conferencias?¿Los recitales?¿Qué más culto que esto, donde, desde las ocho y media de la mañana, la cultura rezuma por doquier?
¿Cómo aceptará su cerebro, aún moldeable, estas inmersiones en la historia de la cultura?
Siendo esta, como es, un poco absurda, un poco loca, no es de extrañar que, algunas veces, a ellos se les crucen los cables.
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